La primera vez que pise nuevamente las calles de Santiago, ya no estaban ensangrentadas. Hacía poco que el tío pinocho había perdido su referéndum, cosa que les ha sucedido históricamente a todos los generales menos al tío Paco, que los ganaba por goleada.
Con la democracia aun en mantillas, a la gente de la calle se le notaba el temor en sus caras. Recuerdo que paseando con un grupo de amigos por la capital, evitaban que sumáramos más de cuatro, algo que por lo visto estaba prohibido en la época todavía reciente.
Pero dejando las connotaciones varias, tengo que contar que Santiago de Chile y el país en general me causo una impresión extraordinaria que se fue acrecentando en posteriores visitas.
Recuerdo gratamente el pequeño y encantador hotel Manqueue con su estilo inglés y su Hamlet Bar, cerca del estadio Italiano y convenientemente alejado del terrorífico estadio Nacional. Visto con la perspectiva de hoy, podría ser perfectamente uno de esos “hoteles con encanto” por el que te pasan unas facturas de escándalo.
Percibí que Chile era un país de orden, con escasa corrupción visible y una seguridad equiparable a cualquier democracia consolidada europea. Nada que ver con otros donde la mordida está institucionalizada y que en Chile me aconsejaban fervientemente mis amigos que ni se me ocurriera, porque intentar sobornar a un carabinero “paco” en el lenguaje coloquial, le había costado cárcel a más de un turista confundido.
Por su cultura, su forma de vida y su gente, lo más cercano a Europa que conozco cruzando el charco.
Tierra hermosa que es muy interesante visitar. En otros momentos de este blog, aparecerán visitas concretas y sitios con encanto, pero ahora, solo quiero reflejarles el embrujo que me llegó del país en general, de su gente, y lo recomendable desde mi punto de vista que sería conocerlo.