Igual que el viajero se encuentra a veces, hoteles, restaurante y bares con encanto, se puede encontrar en algunas ciudades, rincones y puntos que recuerdan o seducen por su especial embrujo o el encantamiento que producen en nosotros, que ojo, no tiene que ser igual para todos y esa es una de las diferencias fundamentales que se aprecia entre un viajero y un turista. Lo que para alguien pueda ser lo más maravilloso de una ciudad, a otros no tiene por que decirle nada.
Pues bien, de esos lugares sorprendentes por algún razón especifica, es de lo que quiero hablar en este espacio d e vez en cuando. Evocar algún sitio y contarles cuales fueron mis impresiones o la razón de mi encantamiento. Entre col y col, viaje, meteré alguna lechuga de lugar, que si comparten conmigo bien, y si no, ahí queda para que lo disfruten y si pueden lo vean, y comprueben si al lector le produce lo mismo o justo lo contrario.
Tengo mis rinconcitos en Canarias, Madrid, Londres, Marrakesh, América y en fin, creo que en cada sitio que he visitado me ha dado tiempo casi siempre para disfrutar, de un ratito de soledad, compartida o no, en alguna parte de especial atractivo.
Valga como ejemplo el Campo dei Fiore en Roma. Cada vez que puedo, me siento en cualquier terraza de esta piazzeta y revivo instantes maravillosos frente una focaccia acompañada de su birrita a la spina, mirando la estatua Giordano Bruno quemado aquí mismo en el año 1600 , o recordando a la soberbia signora Ana Magnani en la película del mismo nombre de la plaza y saboreando el bullicioso entorno.
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